Benidorm

GASTRONOMÍA | El bar maldito Historias con delantal

LAS PROVINCIAS   Las barras enormes de los bares son verdaderos puntos de reunión
.  El bar maldito  
 VICENTE AGUDO
  Hola ManuelDurante los más de diez años que llevo viviendo en mi pueblo he visto pasar varios dueños por él. También distintos tipos de cocina e, incluso, modelos de negocio. Pero todos han tenido el mismo final: fracaso absoluto. Sobre este bar, que está debajo de mi casa, pulula una aire a maldición que parece condenarlo desde antes de reabrir de nuevo sus puertas.Su ubicación es uno de sus puntos fuertes, ya que está justo en la puerta de un colegios y a 50 metros de un instituto. Hace esquina y tiene, en una calle, un parque infantil, y en la otra se está construyendo una zona de toboganes y rocódromo donde tiene la terraza instalada: la tormenta perfecta del éxito…pero no es así. Cuando yo llegué hace más de una década, un chino regentaba el local, donde la mitad del mismo era un parque de bolas y sólo se servían sandwiches para los niños que iban a los cumpleaños y algún que otro café despistado. Chen, que así se llamaba el dueño, aguantó unos pocos años, pero acabó poniendo rumbo a su país.Durante un tiempo permaneció cerrado y con el cartel de se traspasa, hasta que llegó el propietario de una empresa de limpieza y se hizo cargo de él. Pronto se convirtió también en la oficina de un aspirante a Juan Pablo Escobar desde donde controlaba su venta al menudeo y de paso ahuyentaba a los escasos clientes que se dejaban caer. De las tapas que salían de su cocina la verdad es que pasaron sin pena ni gloria, así que decidió volver a colgar el cartel. De nuevo los vecinos asentíamos con el típico “ya lo veía venir”.Al poco vimos la persiana subida y una cartulina que anunciaba su pronta apertura. De nuevo el trasiego de furgonetas de proveedores de bebidas, café y helados circulaban por la calle. La cosa pintaba bien e, incluso, tenía alguna tapa que estaba buena, como unos callos con una salsa densa y sabrosa, pero el dueño siempre estaba fumando con sus amigotes en una de las mesas y tenía más mala hostia que Paco Umbral y Fernando Fernán Gómez juntos. Unos meses después, la puerta volvía a cerrarse. La maldición, pensamos.Ahora tiene nuevo propietario y la cosa parece que pinta bien. El otro día me senté en la terraza con unos amigos para dar buena cuenta de unas cervezas. En un descuido alguien se metió dentro y pidió una ración de croquetas de jamón. Unos cuantos torcimos el gesto porque el local sólo parecía prestarse a tapas congeladas. Bendita equivocación. Sale el plato y nada más verlas notamos que son caseras, algo que nos corrobora ufana la cocinera. Pero fue al probarlas cuando nos miramos todos y sonreímos como cuando te pruebas el bañador al año siguiente y ves que aún te cabe. Las disfrutamos como si de una ración de gamba roja se tratara y pedimos más. La cocinera, a la cual felicitamos, se vino arriba y nos dio a probar algún bocado más de la escueta carta. Puro marketing gastronómico, pero a nosotros nos ganó. Sobre todo después ver de cerca su minúscula cocina, donde sólo cabe una persona.Me gustaría que esta vez la maldición pasara de largo, que no fuera más que una justificación a un mal servicio o una pésima comida. Pero, si te soy sincero, también lo hago por puro egoísmo. Echo en falta ese bar al lado de casa en el que refugiarme de vez en cuando para arreglar el mundo con cualquier tertuliano de turno. Que cuando te vean por la puerta ya veas al camarero dirigirse a la cámara para traerte la cerveza más fría que tenga y te ponga delante esa ración que sabe que vas a devorar con la felicidad de un niño. Que de vez en cuando salga la cocinera y te dé a probar algo nuevo que acaba de preparar. Del que pueda salir diciendo que pagas al día siguiente porque se te ha olvidado la cartera. Sólo le pido eso a este bar maldito. ¿Es mucho?

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