Benidorm

GASTRONOMÍA | Las manías no las cura el tiempo.-Historias con delantal Domingo 26 de febrero de 2023 

LAS PROVINCIAS ON+    Si fuera un cuadro pintado por mí lo llamaría ‘Naturaleza muerta de bravas con margarita’.  Las manías no las cura el tiempo   VICENTE AGUDO 
 Hola Manuel
El pasado fin de semana fui a tomar un aperitivo al bar del polideportivo con los amigos. Tras pedir varias tapas, nos llega un plato de calamares a la mesa. Inmediatamente, veo aparecer una mano con medio limón que empieza a exprimir sobre TODOS los crujientes cefalópodos. No lo pude evitar: me levanté furioso, con la vena del cuello gorda como una culebra, cogí el monopatín de mi hijo y empecé a golpear al susodicho hasta que vi sangre en el suelo. Ahí paré. Con la tranquilidad de un asesino en serie, recogí el limón y lo acabe de exprimir en su herida. Sabes que esto no pasó realmente, pero en mi cerebro sí que ocurrió, porque lo pensé. Y es que hay muchas cosas que no soporto, que sacan al psicópata que todos llevamos dentro. Una de ellas tiene como protagonistas al limón y a los calamares: ¿ no puedes preguntar a los demás antes de exprimirlo? Un consejo: si vas a hacerlo de todos modos, asegúrate de que no hay un monopatín cerca. Este es sólo un ejemplo, pero tengo unos cuantos más, así que ponte cómodo. Hoy vamos a hablar de mis manías, o algunas de ellas.La línea que separa el sentido común de una obsesión es tan fina como uno de esos filetes que te sirven en muchos bares. Yo deambulo en ese minúsculo espacio, o eso creo. Y es que hay cosas que me soliviantan, que sacan ese William Wallace que llevo dentro. En ese mismo plato de calamares del que te hablaba, estos descansaban sobre una mullida cama de lechuga en juliana. Eso es algo que habrás visto muchas veces, sobre todo con gambas. ¿Un toque de color? ¿Una modernez de la nouvelle cuisene? Olvídate. Es un engendro que lo único que hace es humedecer el producto principal porque casi siempre está mal escurrida. Noto que mis dedos presionan con más fuerza el teclado. Voy calentándome por momentos.La siguiente parada la vamos a hacer en esos bares en los que siempre que pides un pescado, además de venir acompañado de un trozo de tomate insípido como el agua y otro de lechuga en las últimas, todo descansa en una bandeja metálica. Nada de un plato, sino la típica bandeja que tu madre o abuela utilizan en Navidad para poner los turrones y los polvorones.El pan de los almuerzos es otra de las guerras que sé que no voy a ganar. Muchos bares se preocupan y se proveen en panaderías que rinden culto a uno de los alimentos más antiguos. Pero hay otros que no hay por donde cogerlos. Te plantan un bocadillo que al tercer bocado es como si estuvieras en la boca una docena de chicles. La cosa no acaba aquí, ya que existen algunos locales que presumen del pan que ofrecen pese a que todo el mundo sabe que lo compran congelado a medio hacer y lo terminan de cocer casi al momento. Como concepto me parece perfecto, pero en la práctica lo que te llega es un bocata a veces con la masa cruda que ya augura un centrifugado en tu estómago.Los dedos me arden. Noto que la vena del cuello se me hincha al recordar algunas de estas experiencias. Las bravas me las he dejado para el final, como hago con la yema del huevo frito. Siempre he pensado que si tuviera un bar y sirviera este plato lo primero que haría sería mil pruebas hasta conseguir una salsa brava extremadamente cojonuda y personal, que no la probaras en ningún lugar. Por eso me decepcionan una y otra vez esos locales que les echan un poco de pimentón, el mazacote de alioli y el chorretón de ketchup de rigor.Pero hace poco noté que mi brazo izquierdo se dormía. Y eso pasó tras ver la fotografía que una compañera me enseñó del plato que le sacaron en un restaurante. Sí, es la imagen que acompaña esta newsletter. La estás viendo bien. Respira despacio si estás hiperventilando, porque esa margarita tan vistosa que corona las bravas es muy real. No sé cuál es la finalidad, pero, sinceramente, tampoco sé si me interesa.Yo seguiré con mi búsqueda de las bravas perfectas. Me ponen muy berraco esos sitios que te sacan unas que crujen al morder la patata y se funden posteriormente por su cremosidad. Inmediatamente después llega ese picor de una salsa untuosa y original que se va apoderando de tu boca, pese a que siempre habrá alguien que diga que están muy picantes. A estos siempre les contesto lo mismo: ¡Coño, que son bravas!

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