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Entrevista
Gueorgui Gospodínov: «Cuando el poder se adueña del pasado lo convierte en propaganda»
El búlgaro Gueorgui Gospodínov logra en ‘Las tempestálidas’ un ensueño distópico sembrado de irónicas premoniciones que desenmascara la íntima y peligrosa relación que late entre nostalgia y política

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Actualizado Viernes, 24 febrero 2023
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«El pasado no es nada inocente. Lo que vemos hoy es una especie de reconstrucción al estilo Frankenstein, una recreación selecta del pasado«, sostiene el escritor búlgaro Gueorgui Gospodínov (Yámbol, 1968), maestro en convertir ese tiempo pretérito en actor de sus novelas. Ganador de la mayoría de los principales premios europeos -los últimos el Strega, el Gran Premio de Literatura de Atenas y el Angelus de Literatura Centroeuropea-, su nueva novela, Las tempestálidas (Fulgencio Pimentel), es una descarnada reflexión sobre la memoria y una astuta y ácida crítica a las políticas identitarias de cualquier tipo en la que Europa, el viejo continente que prefiere mirar al pasado antes que al futuro, se deja seducir por las tentaciones de las últimas décadas.
«Llegará un momento en el que cada vez más gente querrá esconderse en el pasado», predice Gaustin, el faústico creador de unas clínicas para producir pasado que, a modo de «refugio», palían los efectos del alzhéimer y la demencia llevando a los pacientes a vivir en décadas anteriores. El éxito del experimento desemboca en que los políticos europeos proponen un referéndum para que cada país del continente elija a qué década del siglo XX desea irse a vivir para siempre». El tiempo es cada vez más importante que el lugar. Nuestras nostalgias ya no son por un lugar concreto, sino por un tiempo concreto«, defiende. Y eso nos aboca hacia un pasado perpetuo que de futuro sólo tiene la cara.

Las tempestálidas
Gueorgui Gospodínov
Traducción de César Sánchez y María Vútova. Fulgencio Pimentel. 408 páginas. 25 €
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Aunque Las tempestálidas trate sobre el pasado, en realidad, muestra un grave déficit de futuro. ¿Por qué por primera vez en siglos no vemos esperanza en el porvenir? El pasado se volvió nuestra patria en el momento en que el presente y el futuro se volvieron un país extranjero y amenazador. Las visiones de un futuro en el que volaremos a nuestro antojo a otros planetas, las enfermedades más graves se podrán curar y la vida humana consistirá en una juventud prolongada, son sueños de hace cincuenta años. Y no han avanzado precisamente hacia su realización. Al contrario: han aparecido pandemias, crisis, guerras. De golpe, el único futuro posible, el único refugio (engañoso, por supuesto) resultó ser el pasado, por que en él tenemos, al menos, sensación de futuro. Esto es lo que importa. Nadie vive en el futuro, pero sin sensación de futuro la vida es impensable.Lo que empieza en la novela como una reconstrucción privada del pasado en estas clínicas, pronto se vuelve un proyecto social. Más allá de los intereses políticos, ¿qué peligros existen en que la memoria individual se vuelva colectiva?Como individuos, a diario viajamos hacia atrás en el tiempo, descendemos a las habitaciones de nuestro pasado. Personalmente disfruto mucho haciéndolo. A veces, vuelves atrás para recordar quién eres y quién fuiste. Te quedas un rato en esa habitación, en ese sótano o en esa tarde del pasado, pero al salir es bueno que no te dejes la puerta abierta, no mezclar los tiempos. El problema surge cuando intentamos meter a todo un pueblo en una especie de recreación de ese pasado. Allí todo está muy claro, somos los mejores, los primeros, los otros nos odian y atacan. La idea de una recreación así es que las cosas son sencillas y claras, como lo es cualquier explicación populista. Es entonces cuando el pasado se vuelve propaganda. Y se pueden cometer actos terribles en su nombre. El nacionalismo es el que más se alimenta con ese tipo de pasado. Y detrás siempre asoma, delator, un tedioso kitsch.Ha defendido desde siempre que la historia de la humanidad está en la vida cotidiana, ¿en qué momento esta vida anodina se vuelve historia, memoria?Sí, la historia está hecha de cotidianidad que de repente ha saltado por los aires. Algo se ha quebrado y la vida cotidiana se ha convertido abruptamente en historia, con más frecuencia en guerra. Eso fue lo que ocurrió el 1 de septiembre de 1939. Si hojeamos los periódicos de aquel día (lo hago en Las tempestálidas), veremos cómo en sus páginas, la vida cotidiana con sus cines y teatros de noche y las rebajas de la temporada, chocaba con las noticias de los tanques y de las primeras bajas en la frontera germanopolaca. Desgraciadamente, hoy volvemos a ser testigos de ello. El 24 de febrero del año pasado, la vida cotidiana de nuevo se convirtió en historia en Ucrania. De hecho, a la misma hora que aquel 1 de septiembre, con minutos de diferencia, alrededor de las 4:50 de la madrugada.
El pasado nunca es inocente, como demuestra la dura invasión de Ucrania, que, como toda guerra, no es sino un intento de volver a un ‘pasado feliz’
¿Qué función tiene esa reconstrucción del pasado y qué peligros encierra una visión unívoca de una realidad que fue colectiva y diversa?El pasado no es nada inocente. Los acontecimientos del último año no hacen más que corroborarlo. La guerra que Putin emprendió en Ucrania es una guerra por y del pasado. Utiliza el pasado como coartada: estuvisteis con nosotros y ahora os traeremos a la fuerza de vuelta con nosotros. O lo que es aún más aterrador: una mañana, el dictador se despierta y ve que el tiempo que transcurre fuera ya no es el suyo. Nada queda ya del imperio de antaño ante el que todos temblaban, todos le han abandonado e intentan construir sus vidas sin él. Y la única forma de regresar a su tiempo es librar una guerra por ese «pasado feliz», aunque haya que volver a la Segunda Guerra Mundial. Toda guerra es una máquina del tiempo, un retroceso en el tiempo humano. «No solo quiero recuperar territorios, quiero haceros volver a mi época»: esto es lo que nos dice esta guerra.¿Este triste ejemplo de adónde puede conducir la añoranza ciega por el pasado que es la guerra servirá para que recapacitemos o será un hecho más en esta cadena de pasadofilia?Hasta el último momento me pregunté si quitar el breve capítulo final de la novela, que termina todo con el estallido de una guerra de ese tipo, imitando el comienzo de la Segunda Guerra Mundial, con los tanques apostados en la frontera, con la invasión de madrugada, etc. Finalmente lo mantuve, pero no dejaba de pensar que de todas formas algo así ya no podría ocurrir. A veces somos mucho más ingenuos que nuestros propios libros. Espero que esta guerra nos enfrente directamente, cara a cara, con aquel pasado que no queremos que se repita.Asegura que no se puede prescindir de la memoria, pero que uno también se puede asfixiar en ella. ¿Cuál sería la dosis exacta de memoria, cómo no enfermar de pasado?Precisamente la memoria es el sistema inmunitario que puede salvarnos de los virus del pasado. A menos memoria, más pasado. La medida consiste en que nosotros dominemos el pasado, no que el pasado nos domine. Nos corresponde a nosotros domarlo y narrarlo, entrar y salir de él, exprimir de él conocimiento y emoción, y no a él arrastrarnos a su reino subterráneo. Narramos para mantener el pasado en el pasado. Pero sin memoria, no hay relato.

Narramos para mantener el pasado en el pasado, ese es el papel de la memoria. Nos corresponde domarlo, no dejar que nos arrastre
En Elogio del olvido afirma el pensador David Rieff que tenemos un exceso de memoria histórica y que «el olvido es más importante para la paz que la justicia». ¿Es posible y deseable olvidar?Sólo podemos olvidar después de haber recordado. Es más, de haber recordado tras un trabajo con la memoria, después de mucho relato y reflexión. Sólo entonces, si podéis, olvidadlo. En España probablemente se reflexiona mucho sobre todo esto, dada la historia del siglo XX, la memoria y la reconciliación. Una paz o una reconciliación que vienen después de un trabajo de memoria deberían ser más estables y seguras que una paz o una reconciliación que se producen tras olvidar y barrer debajo de la alfombra. En Bulgaria, inmediatamente después de 1989, intentamos olvidar (era muy oportuno para la nomenklatura). El resultado fue que nunca pudimos desprendernos por completo del pasado ni de la mentalidad de aquella época, ni tampoco de las personas que entonces ocupaban el poder. El pasado del que no se ha hablado produce demonios sin cesar.»Cuanto más olvida una sociedad, tanto más alguien fabrica, vende y rellena con sucedáneos de memoria los nichos desocupados», escribe. Se habla mucho del poder de la nostalgia, ¿hasta qué punto es un arma?La nostalgia es un arma delicada de destrucción masiva. Su radiación atraviesa con facilidad nuestras resistencias, pues todos somos nostálgicos y, en sí mismo, no hay nada malo en ello. Lo malo viene en el momento en que se acumula una masa de nostalgia colectiva que alguien decide dirigir en la dirección equivocada. Esta nostalgia no articulada, que no ha atravesado el tamiz de la memoria crítica, puede confundir fácilmente, por ejemplo, el sueño por tu propia juventud feliz con la época política de entonces. Pero no se trata de una relación de causa-consecuencia, como alguien podría prometer. Si quieres volver a ser feliz como a los veinte, ¿deberíamos recuperar el comunismo de 1950, de cuando fuiste joven?En casi toda Europa gana en el referéndum la vuelta a los años 70/80. ¿Fue aquella época el cenit de la civilización europea, en Occidente del bienestar, en el Este de imaginar un futuro sin comunismo que la cruda realidad truncaría en los 90?Mientras escribía la novela, la parte de adivinar qué país votaría a qué década feliz en su referéndum por el pasado era la más compleja. Había mucho que tener en cuenta: la historia, la economía, los acontecimientos locales, pero también había que ver cuál era el flujo de las nostalgias, la cultura popular, el ocio… ABBA, que no es casual que ahora haya vuelto, no fue menos importante que la política interior de los gobiernos escandinavos. También había que ver cuándo gran parte de los votantes actuales vivieron el cenit de su juventud. Las posturas actuales confirman las elecciones de cada uno de los países en la novela. Hace un par de semanas, una agencia demoscópica inspirada en la novela realizó su propia encuesta en Bulgaria, y resultó que el socialismo tardío de los años ochenta ganó como década feliz. Algo que dice bastante de la nostalgia reiniciada por aquella época del no-sucede-nada.
Europa es el continente con mayores yacimientos de pasado, por lo que aquí resulta más doloroso cuando se suplanta
Como en Física de la tristeza, imbrica en este experimento europeo su pasado y, por ende, el de Bulgaria, que en el referéndum queda reducido a socialismo o nacionalismo. ¿Son esos los únicos pasados posibles en la Europa actual, a eso se reduce nuestra historia?En el caso búlgaro podría ser algo peor: no el nacionalismo o el socialismo, sino ambos. Por cierto, están muy unidos y suelen ir juntos. Cuando una ideología empieza a perder terreno bajo sus pies, recurre enseguida al nacionalismo como último refugio. Lo estamos viendo en bastantes países europeos. Precisamente por eso escribí este libro, para intentar anticiparme a algo preocupante que flota en el ambiente. Los pasados son muchos y diversos, por lo que el pasado también es una cuestión de elección y es importante saber exactamente qué pasado elegimos. Probablemente Europa sea el continente con mayores yacimientos de pasado, un pasado que ha sido narrado y encapsulado en mitos, libros, cultura, convertido en memoria. Precisamente por eso resulta más doloroso cuando aquí se hacen suplantaciones del pasado.Dice que el pasado no es sólo lo ocurrido, sino también lo imaginado. ¿Funciona así la memoria colectiva?. Sí, considero que tenemos un centro de memoria no solo para lo que nos ha ocurrido, sino también para lo que deseábamos mucho, pero no ocurrió. Memoria para cosas que no sucedieron. Conozco a mucha gente de mi generación y de la generación de mis padres que «recordaban» el París de los años 60 sin haber estado nunca allí y no se acordaban mucho de los desfiles oficiales de los 60 en Sofía. Uno compone, imagina un recuerdo, recuerda a través de lo que ha leído y escuchado. La literatura realmente produce recuerdos, yo mismo siento que podría contar algunas escenas de novelas en primera persona, o que recuerdo nítidamente el frío en el que la pequeña cerillera de Andersen encendía los fósforos. Es una experiencia que se nos da como compensación y en el plano personal puede ser redentora. Por lo demás, desconfío bastante de los intentos colectivos de implantar una memoria artificial.Hay una analogía evidente que late en la novela como una advertencia. Hace años se vendía el futuro como un cheque en blanco, tal y como afirma usted que se pensaba en los países del Este tras la caída del comunismo. Eso no ocurrió así. ¿De qué forma esta manera de vender el pasado es otro cheque en blanco que terminaría por revelar su verdadera cara?Estoy dolorosamente familiarizado con este cheque en blanco del futuro, igual que lo está la gente de mi generación. En nombre de ese futuro luminoso, hubo que atravesar un presente de días más grises y nublados, a costa de muchas concesiones, muchos engaños, muchas privaciones. Ahora, como el futuro se ha agotado, los populistas se han puesto a prometer un pasado. Como personas a las que se les ha engañado con el cheque del futuro, nosotros, los de Europa del Este, podemos decir sin temor a equivocarnos que el cheque del luminoso y colectivo pasado ideológico también está en blanco. En esto podéis confiar en nosotros.
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