GUERRA EN EUROPA
Los países en desarrollo ignoran la crisis de Ucrania abriendo un escenario multipolar en el que Europa pierde relevancia

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- PABLO PARDOCorresponsal@PabloPardo1Washington
Actualizado Jueves, 28 abril 2022 –
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Probablemente, ésta ha sido una de las semanas más duras de Nadia Calviño desde que hace dos años y tres meses se convirtió en ministra de Economía de España. Y no por ninguna razón que tuviera nada que ver con la economía española, sino por un cargo que ejerce desde el 1 de enero: presidenta del Comité Monetario y Financiero Internacional (IMFC, por sus siglas en inglés). En sus 48 años de existencia, ese organismo, que marca las directrices del Fondo Monetario Internacional, se ha reunido en 45 ocasiones. De ellas, en 44, sus miembros fueron capaces de llegar a un acuerdo. ¿La excepción? El jueves pasado.
Ese día, el Comité tuvo que terminar su reunión sin acuerdo. Todo se debió a un solo país, Rusia, y a algo que no tenía nada que ver con la coordinación económica mundial: la referencia en el comunicado final a la invasión de Ucrania por Rusia. Para el Gobierno ruso eso es innegociable. Así que los otros 23 países firmaron un ‘Comunicado de la Presidencia’ del que Moscú se autoexcluyó.
Podría haber sido mucho peor. Las perspectivas, cuando Calviño llegó a Washington, el lunes, eran malas. El problema no era solo Rusia. También lo era China, que en la práctica es un liado de Moscú en la guerra; India, que se niega a condenar la invasión y está aprovechando el conflicto para obtener petróleo más barato; Sudáfrica, que tampoco ha condenado el ataque; y varios países latinoamericanos con Gobiernos populistas de izquierdas (México y Argentina), o de derechas (Brasil).
La fractura, así, podría haber sido mucho mayor. Al final, las 150 reuniones bilaterales -presenciales, telemáticas, y telefónicas- de Calviño y su equipo con los demás miembros del IMFC permitieron que se alcanzara un acuerdo en todo… menos en Ucrania, que es algo con lo que ese grupo, paradójicamente, no tiene nada que ver. Tampoco hubo comunicado del G-20 por la misma razón. De hecho, la ‘cumbre’ de ese grupo, el martes, vivió un momento de tensión cuando los ministros de Economía y los gobernadores de una serie de países -entre ellos EEUU, Canadá, Gran Bretaña, Japón, y la UE- se fueron de la reunión cuando su colega ruso, Anton Siluanov, tomó la palabra.
Las anécdotas del IMFC y del G-20 exponen una realidad muy profunda que ha quedado visible en apenas dos meses de guerra en Ucrania: el mundo en desarrollo no ha seguido a Occidente. Aunque las sanciones a Rusia copan a menudo la atención del debate público, es una minoría de países los que las han impuesto; en Naciones Unidas hay 193 Estados miembros; de ellos, 140 han condenado la invasión; pero sólo 37 han sancionado a Rusia, según la revista Foreign Affairs. Eso significa que hay 156 gobiernos que no han hecho nada. Y dos detalles extra: la inmensa mayoría de esos últimos son países en vías de desarrollo y ex colonias.
Es la combinación de dos hechos históricos del siglo XX: la Guerra Fría y la descolonización. La guerra de Ucrania es un conflicto que, en gran medida, es una reedición del enfrentamiento entre las democracias liberales y la Unión Soviética. Pero, ahora, la gran diferencia es que las ex colonias de Occidente, que se fueron bien con la URSS, bien con EEUU tras conseguir la independencia, han optado ahora por mantenerse al margen de esta guerra tan europea. En cierto sentido, la descolonización, que a menudo es vista como un acontecimiento secundario cuando se compara con la Guerra Fría, nos ha estallado en la cara. Desde el 24 de febrero, las ex colonias han dejado claro que no solo son independientes desde el punto de vista institucional sino, también, desde el estratégico.

MÁS INFLUYENTES
Eso es algo paradójico, porque los 37 países que han actuado contra Rusia son, de lejos, mucho más influyentes que los otros 156. El PIB de las naciones que han actuado contra Rusia supone alrededor del 59% de la economía mundial. Son, además, los países líderes en la carrera tecnológica, con la sola excepción de China. A cambio, los estados que respaldan a Vladimir Putin o que miran hacia otro lado dependen en su inmensa mayoría de la exportación de materias primas, como la propia Rusia, lo que es, en realidad, la definición de una economía en vías de desarrollo. Cuando se analiza la disparidad en términos militares, ésta se dispara. Un ejemplo: en el mundo hay 11 portaviones nucleares; de ellos, 10 son de EEUU, y uno de Francia, mientras que China ni siquiera tiene planes para construir uno.
Y, sin embargo, Estados Unidos y sus aliados no han sido capaces de convencer a los países en desarrollo de que adopten medias contra Rusia. Arabia Saudí no solo se ha negado a aumentar la producción de petróleo, sino que el príncipe heredero de ese país -y verdadero hombre fuerte- Mohamed bin Salman, ha declarado a la revista estadounidense The Atlantic que «simplemente, no me importa» si su relación con el presidente de Estados Unidos Joe Biden no es buena. Ante las incautaciones de sus propiedades en Europa, los oligarcas rusos, encabezados por Roman Abramovich, están buscando mansiones en los Emiratos Árabes Unidos para irse a vivir allí. India ha aumentado sus compras de petróleo ruso, para desesperación de Washington. El jefe de la diplomacia de la UE, Josep Borrell, ha tenido que planificar una gira urgente a América Latina para tratar de convencer a los países de esa región de que se sumen a Occidente en el rechazo a la guerra. Incluso la pequeña Kenia ha rechazado la petición del presidente ucraniano Volodimir Zelenski de dirigirse a su Parlamento.
Cada uno de esos países tiene sus motivos para justificar esa decisión. La importancia económica de China es uno de ellos. Pekín es el principal socio comercial de la inmensa mayoría de los países en vías de desarrollo, y éstos no quieren enfrentarse a un país que ha impuesto tremendas sanciones diplomáticas y políticas a, por ejemplo, Lituania, cuando ese país autorizó el año pasado la apertura de una representación diplomática de Taiwán. China es, de hecho, un especialista en la aplicación de lo que algunos llaman ‘poder afilado’ (sharp power’), y que definen como «la promoción en terceros países de la censura«, así como el uso de «la manipulación y
la distracción», como lo definió hace cuatro años uno de los creadores del concepto, Christopher Walker, a EL MUNDO.
Más allá de las presiones económicas, están los intereses. Arabia Saudí sabe que China, y no Occidente, es el mercado al que va a vender más petróleo en el futuro. India está logrando hidrocarburos con descuento de Rusia, y además quiere que Moscú le ayude a controlar el Afganistán controlado por los talibán del que Biden se desentendió en agosto pasado. También hay divergencias en la misma idea de la organización de la sociedad, especialmente en el caso de democracias como India o Indonesia, que no quieren que Occidente les trate de imponer lo que consideran un sistema valores ajeno al suyo -y aquí la ideología de género y los derechos de los homosexuales juegan un papel muy importante en el rechazo-. Y a veces resentimiento puro y duro. El derrocamiento del dictador libio, Muamar Gadafi, por la OTAN, en 2011, fue visto en varios países de África subsahariana como un acto neocolonial imperdonable que hace que se mire con suspicacia cualquier solicitud de ayuda a Ucrania.
Al final, lo que está claro es que, para los países emergentes, la guerra de Ucrania no es su guerra, porque se pueden permitir, en general, ignorarla. Es algo que se ha notado en la cumbre de Washington esta semana. Cuando llegó el Covid-19, existía mucha mayor unidad de acción, ya que se trataba de una amenaza para todos. Ahora, el conflicto de Ucrania es un conflicto regional. Es, también, una muestra de la pérdida de poder no solo de Occidente sino, muy especialmente, de Europa.
La reacción de algunos países y la ausencia de reacción de otros ante la invasión rusa de Ucrania es, así, un anticipo de lo que puede ser el mundo en las próximas décadas. Un mundo en el que Occidente en general, y Europa de manera muy especial, han perdido poder de una manera dramática. Como explicaba la semana pasada un alto cargo de una organización internacional que prefería que no se citara su nombre: «Tenemos que admitir que éste es un mundo multipolar. Los mercados emergentes y China en particular suponen cada día una parte más grande del PIB mundial, así que, en cierto sentido, tendrá que producirse un reequilibrio del poder mundial. La cuestión es ¿cómo se hace eso?» Responder a esa pregunta va a ser la gran cuestión de la política mundial para las próximas décadas.
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