La corrupción presidencial y el cianuro fiscal

La fontanería de la corrupción es, desde sus orígenes, inequívocamente presidencial

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Como decía ayer el editorial de EL MUNDO, las revelaciones sobre la fontanería delictiva empleada por el Gobierno y el PSOE para chantajear y amordazar funcionarios judiciales que investigaban sus delitos son mucho más graves que los delitos que intentaban encubrir. La financiación ilegal del PSOE de Sánchez, inseparable de la de su Gobierno, palidece al lado de la utilización sistemática de la Fiscalía General del Estado como una policía paralela ilegalmente incautada para servir personalmente a Pedro Sánchez. No al presidente del Gobierno, a Sánchez. No al inquilino de la Moncloa, al marido de Begoña. No a la segunda autoridad del Estado; a la que un día dijo en la radio pública: «¿Y de quién depende la fiscalía? Pues eso».

Pues eso. Nada más, pero nada menos que eso. La fontanería de la corrupción es, desde sus orígenes, inequívocamente presidencial. Y la clave de toda la estrategia de corrupción institucional orquestada en Moncloa desde el mismo día en que se conoció la imputación de Begoña Gómez, se sitúa en un punto muy preciso del andamiaje constitucional: la Fiscalía General del Estado y la facción de fiscales que, a la sombra de Banquillo García Ortiz, se ciscan en las leyes que juraron respetar y por las que les pagamos el sueldo. En la facción dependiente, aunque pasmosamente dispensada de sus responsabilidades en el caso de la revelación de secretos del novio de Ayuso, destaca La Cianuro, Pilar Rodríguez, llamada sí por el mensajito que la retrata a ella y al montaje que desde Moncloa se activó a toda prisa para tapar lo de Begoña: «Yo le hubiera puesto un poco más de cianuro». No, si veneno ya le pusieron bastante. Pero a una institución, el Ministerio Público, convertida en una mezcla hormigonada de policía soviética, la «Agencia La Lupa» de Pepe Isbert y la T.I.A. de Mortadelo y Filemón.

Ayer, la cajera del PSOE no negó haberle dado a Sánchez dinero negro. Dijo que no recordaba haberlo hecho. La diferencia es sustancial. Le bastaba negar, y no negó; podía hacerlo y no lo hizo; se refugió en el olvido para que nadie dude de que puede recuperar la memoria cualquier día. Si no hubiera tanto juez corrompido en el Constitucional y tanto fiscal pillado con el cianuro en gotas, Sánchez duraba «lo que duran dos peces en un whisky on the rocks», que cantó un genio de la zeja. Qué arte, el cianuro.

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