Igual que hace con cada cesión a Junts, Sánchez firma un compromiso con la OTAN y luego dice que dice lo contrario
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Actualizado Martes, 21 octubre 2025
El buen trabajo de David Alandete en Washington ha provocado el regreso de la añeja figura del traidor a la patria. El antipatriota. Al parecer, según el manual de la nueva organicidad nacionalista, el informador debió guardarse sus preguntas al presidente de Estados Unidos porque debía saber que provocarían una crítica de Donald Trump a España.
Lo de menos es la mezcla de resentimiento, complejo y servilismo con la que ha reaccionado un selecto y escueto pelotón de antiguos subordinados de Alandete. Estas son minúsculas cuitas gremiales. En las redacciones prolifera -y lo que es peor: prospera- esa subespecie del periodista anélido.
Lo grave es que un ministro no aparente, como Óscar Puente, pida hora en la tele oficial para escarmentar al periodista con un afán ejemplarizante y para recordarle a todos que, en la España de hoy, un corresponsal en el extranjero ha de asumir como línea editorial la unidad de destino en lo universal. Ha de entender, vamos, que su redactor jefe es Albares.
Alandete halló la noticia en el Despacho Oval y no es la amenaza de Trump. Hela aquí: este desagradable episodio nos ha permitido descubrir que la diplomacia de Sánchez no se distingue en nada de su política interior. Hace lo mismo, se conduce igual, cree que puede engañarlos a todos. Pretende tratar a Donald Trump como a Carles Puigdemont y a Giorgia Meloni como al PNV y a Úrsula Von der Leyen como a Francina Armengol.
Igual que hace con cada cesión a Junts, Sánchez firma un compromiso con la OTAN y luego dice que dice lo contrario de lo que ha firmado. De ahí que una misma acción desate el desprecio de la italiana y la ira del estadounidense. Aquí en España, un mismo acuerdo indigna a la oposición y agravia a sus socios. Meloni se ríe de la vacua gallardía del abajofirmante y Trump afea la deslealtad del disidente. ¿Quién es Sánchez? Ninguno y ambos. Nadie. Y la razón por la que aboca a España a convertirse en una nación paria, poco confiable y delicuescente, es la misma por la que ha puesto el Estado en almoneda: un equilibrio imposible que le permite despertarse un día más en el mismo colchón de la Moncloa.
¿España ha adoptado la nueva conciencia de seguridad que promueven sus socios? Sí y no. Según convenga. En cualquier caso, lo patriótico es que a nadie se le ocurra preguntar por ello.
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