Ningún país en la historia ha realizado un rearme tan rápido y enorme como China sin que todo haya acabado en una gran guerra.

La humanidad, a pesar de todo el progreso, se obstina siempre en reproducir los pasos dados con anterioridad, especialmente los errores. Los desfiles militares que hemos visto recientemente en Pekín, Pyongyang o Moscú, son muy parecidos en su retórica belicista y en su ensalzamiento del progreso tecnológico a los que se celebraron en Alemania, Japón o Italia en los años previos a septiembre de 1939. Si escuchamos a los comentaristas de entonces y a los de ahora, el mensaje es semejante: el mundo temblará ante las capacidades militares; la justicia y la paz prevalecerán, se refieren a la justicia y paz sui generis que defienden el fascismo o el comunismo; los pueblos serán liberados de la tiranía etc.
Los pasos previos, es decir, el argumentario que condujo a las dos grandes guerras anteriores no son tampoco muy diferentes: los nacionalismos, el aislacionismo de Estados Unidos, la compleja situación económica europea, la expansión territorial de las potencias del Eje, la radicalización política, la crisis del sistema democrático liberal, el abandono de las organizaciones internacionales de paz y la creación de alianzas militares que solo tenían un destino: la victoria en una guerra para alcanzar la hegemonía global.
Todas las potencias del nuevo eje se han reunido en Pekín para sellar su alianza indisoluble en lo político, en lo militar y en lo económico con un solo objetivo: destruir a Occidente, entendido como la democracia liberal que nació de la Ilustración y que se consolidó después de la Segunda Guerra Mundial. ¿Ustedes se preguntarán el porqué de esta obsesión? Su mayor enemigo es la libertad, aquella que ansía sus pueblos, destruyendo el modelo democrático y social; sería como eliminar la línea Mason-Dixon y que los esclavos ya no puedan ir a ningún sitio para liberarse.
Putin y Xi Jinping representan lo mismo que Tojo y Hitler, y las comparsas de entonces eran numerosas y ahora también, desde Venezuela a Corea del Norte, Pakistán, Cuba, Nicaragua, Bielorrusia, no dejan de ser peones al servicio de quiénes los financian y sostienen, como Hungría, Rumanía, Croacia o Tailandia lo fueron al servicio del Eje.
China ha mostrado en el armamento desplegado en el desfile de esta semana, diseñado para dominar el mundo y destruir a cualquier país, no importa dónde se encuentre, su vocación de liderazgo para implantar su modelo económico y político, y nadie más asequible, más débil, más vulnerable que Europa. Por eso China y su fiel aliado, Putin, despliegan sus tentáculos en Europa. Pekín invita a políticos europeos, atrae a países a su esfera de influencia, invierte en nuestras empresas y controla una buena parte de los recursos estratégicos que necesitan nuestra industria y nuestra defensa. Mientras, con su competencia desleal destruyen nuestra economía. En definitiva, Putin mueve los drones y China los tentáculos, pero los dos son «partners in crime».
Ante esta amenaza palpable, la situación no es muy diferente a 1939. Reino Unido y Europa tienen clara la vulnerabilidad y la amenaza, pero son incapaces de definirse ante la debilidad de su sistema político y de su estructura social. Una sociedad que abomina de sus raíces difícilmente se va a envalentonar frente a una agresión como la de China. Estados Unidos también tiene el mismo comportamiento errático. Como en 1939, visualiza claramente la amenaza en Asia a sus intereses y ve con cierta simpatía el movimiento de Putin para acabar con el socialismo y el wokismo en Europa.
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