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Qué pensaría Gino Bartali hoy

En una entrevista con este periódico, Sylvan Adams, amigo de Netanhayu y principal dueño del equipo ciclista Israel-Premier Tech (al que se le ha consentido participar en la Vuelta), decía: «Deseo enseñar la verdadera cara de Israel»… Pues aquí la

Una niña de dos años, en un hospital de Gaza.
Una niña de dos años, en un hospital de Gaza.

Pedro Simón

Actualizado 

Lo mejor de ver el Tour de Francia era que, durante aquellas sobremesas del estío, papá no se echaba la siesta y, entonces -como si esas tres semanas fuesen una tregua-, mamá no te obligaba a dormirla. Para aquellos niños de los 80, eran los únicos días de verano en que se te permitía chillar como un mono loco a las cuatro de la tarde.

Crecimos. Cambiamos de marcha. Pinchamos. Nos la pegamos. Pero, en cierta memoria, quedaron para siempre aquella ascensión de Perico al Alpe d’Huez en 1988, la victoria de Lejarreta en los Lagos en 1983, el dominio marciano de Induráin en la Europa de los noventa; la épica y la ética.

Subirte a una bici, agarrarte al manillar, hacer presión con el pie en el pedal y comprobar que algo te obedece. «Es la primera oportunidad que tenemos de elegir la dirección en la que queremos ir», decía Armstrong en su autobiografía.

Fueron muchísimas las lecciones que aprendí a lomos de mi primera Orbea. Caerse era parte de la vida. Todo lo que bajabas en la ida, tenías luego que subirlo en el regreso. En el fútbol se podía escatimar el esfuerzo; encima de una bici, no.

En Plomo en los bolsillosAnder Izagirre escribe que «el ciclismo es un papel de tornasol infalible para reconocer el carácter de las personas: compitiendo en bici, las mezquindades apestan y la generosidad brilla».

A esto iba. La mezquindad de esta Vuelta 2025 cuenta con la complicidad de Unipublic, la empresa organizadora del evento: se llama Israel-Premier Tech, un equipo dopadísimo de millones que se suma a la estrategia de blanqueamiento del Estado genocida. Su principal dueño es el multimillonario Sylvan Adams, «autoproclamado embajador» del país y amigo de Netanyahu. En una entrevista concedida a este periódico hace cinco años, aseguraba: «Deseo enseñar la verdadera cara de Israel».

Y aquí estamos. La verdadera cara de Israel. O sea, 63.000 muertos en Gaza (el 83% civiles, según la inteligencia israelí), 160.000 heridos, 20.000 niños asesinados, 600.000 personas sufriendo hambruna, el 92% de los hogares destruidos… Por menos, a Rusia la sacamos de la Unión Ciclista Internacional, de los Juegos Olímpicos, de los Mundiales de Fútbol, de todos los deportes que imaginen y hasta de Eurovisión.

Si hasta ahora habíamos visto los nombres de los ciclistas pintados sobre el asfalto, ha llegado la hora inaplazable de escribir en letras rojas el de Adam al-Najjar, el niño que perdió a su padre y nueve hermanos. El del médico Younis Awadallah, que abandonó su jubilación y regresó estos días a su Gaza natal a tratar de curar. El de Razan Abu Zaher, niña de cuatro años que murió esquelética de desnutrición…

Es inevitable acordarse del ciclista Gino Bartali. Una leyenda nacional italiana que, en los 40, formó parte de una red clandestina en la Toscana que ayudó a los perseguidos por los nazis. Cogía su bici. Iba aquí y allá. Nadie se atrevía a registrarlo. Parecía que entrenaba, pero no. Su condición de correo contribuyó a salvar la vida a 800 judíos.

La mezquindad en el ciclismo, decíamos antes. Y su generosidad, claro. ¿Qué pensaría Bartali hoy?

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