«Vivencias del Camino»
Diario de un Peregrino. Capítulo 7°. Grañón – San Juan de Ortega. 39 kilómetros.
Leopoldo Bernabeu

Cumplo hoy una semana de Camino y, al contrario de lo que imaginaba, no se agota la imaginación a la hora de escribir, al contrario. Es imposible, este peregrinaje que, a priori, sólo consistía en andar hacia Santiago de Compostela, primer error de tantos, nutre de anécdotas y descubrimientos el día a día. Falta claridad para poder ordenarlo todo. La rutina aquí no existe. Hay miedo al olvido y dejarse algo sin contar.
Tal y como he titulado el artículo, cada uno es responsable de su vida y de su felicidad. El cambio es una puerta que se abre desde el interior. Escribir en una hoja todo lo que nos gustaría variar y empeñarnos en conseguirlo, sólo depende de cada uno.
Recuerdo, justo al terminar la crónica de ayer, la felicidad de un francés entrado en años, tocando su guitarra española bajo el sol del atardecer. Me agradó escuchar a Laura, la chica rumana que gestiona el albergue de Las Sonrisas de Grañón y que se decidió con mucha valentía por España hace 22 años, contarme como cuece sus jarras con inscripciones en el horno. Que orgullo transmitía al leerme esos mensajes que ahí han quedado para siempre. Me gustó la nueva Torre de Babel que, como cada cena del Peregrino, nos unió a Peio y este servidor con una chica de Taiwan y un matrimonio francés de Le Mans. Me di cuenta de que hablo la lengua de los galos algo mejor de lo que creía. Laura nos homenajeó con una poderosa ensalada, un estupendo puré de lentejas, unos macarrones con especias que ya quisieran hacer los italianos y unas patatas al horno, cocinadas a medio día con cariño, mientras yo disfrutaba de la gran carrera de Fernando Alonso. Hay tiempo para todo.
Salí a tomar un café y terminé sentado en las escaleras de la iglesia. Ver oscurecer en la frontera entre La Rioja y Castilla-León, quedó como una postal tan amable como premonitoria de la estupenda noche que se avecinaba. ¿Dónde estaba esa ola de calor?. Me dormí escuchando un podcast de misterio mucho antes de las once y bajo una manta de pleno invierno. No eran las dos de la madrugada, cuando Peio me salvó del ataque de frío que me impedía moverme. Me acercó otra manta con la que, ahora sí, pude seguir durmiendo como un marqués.
Me despido de él a las 5.26, no puede dormir más y yo aprovecho para ir haciendo la mochila. A las 6.10 h me marcho del albergue dejando atrás la impresionante silueta de Grañón, perfectamente recortada entre el cielo estrellado que la resguarda y las escasas luces del pueblo.
Entro en Burgos casi sin darme cuenta. No imaginaba que estaba tan cerca esa frontera invisible que no sirve de nada. Redecilla del Camino, Castildelgado y Viloria de Rioja, se relevan para darme la bienvenida. En el último hago mi primera parada, porque la tortilla y el café tienen muy buen pinta. El mesonero me cuenta lo de todos los días, que no hay apenas peregrinos este año. La novedad es que le pone apellidos al asunto: la culpa es de los propios caminantes, que reservan en todos sitios y luego no van, creando la sensación errónea de un Camino masificado, pero que en verdad está vacío. Queda escrito. Yo no reservo nunca, cuando me canso, me paro y me alojo. Sin ningún problema hasta hoy.
El Camino enfría la «rutinitis aguda», esa afección del alma que afecta cada vez a más gente. Caminas ante las nuevas ofertas que se ofrecen para aceptar otra visión de la vida. Hay que tener cuidado porque crea adicción. Nunca es tarde si la dicha es buena, pero tampoco sabemos si vamos a tener mas oportunidades de subir al tren. Acepta el reto.
Empieza a apretar el sol cuando llego a Belorado. Mi deformación profesional me conduce al problemático convento tan de moda, pero las monjas no me abren las puertas. Una señora me explica que el pueblo ha dejado de creer en ellas porque sienten que les han engañado. En fin, tengo que seguir. Nadie avisa de lo que al peregrino espera al dejar atrás Villafranca Montes de Oca.
El propio Arturo, gentil encargado del albergue parroquial de San Juan de Ortega, al que llegué después, me lo ratifica. Deberían avisar. Y es que nos enfrentamos a 12 complicados kilómetros, con mucha pendiente, largos senderos y enorme calor, sin una sola fuente de agua. He llegado fundido al destino, que en principio no era este, pero en el que me encuentro genial. Arturo, el hospitalero, tiene mucha culpa.
¿Quién me iba a decir que estaría escribiendo la crónica sentado en los bancos del Claustro de la Iglesia?. Una estancia de impresionante belleza que, junto a la Iglesia y el propio albergue, son gestionados por la Fundación Diper (Dignidad de las Personas), por gentileza del Arzobispado y por muchos años más. San Juan de Ortega, un lugar a mitad de Camino entre los Montes de Oca y la capital burgalesa, rebosa paz y tranquilidad. Es más, todo indica que la noche puede ser, además de silenciosa y estrellada, celestial y muy fresquita. ¿Se repetirá el ataque de frío?.
Ha sido llegar aquí y el Camino volver a proveer. Me han recibido Felipe y Sonia, a los que conocí el día anterior. Un matrimonio encantador que busca la fuerza del Camino para sentirse todavía más unidos. Que lujo. Ducha, ensalada, café y a escribirme, no quiero que nada de todo esto se aparque en la rutina de mi memoria. Encantado de compartirlo contigo.
Todos tenemos un deber en la vida. De nosotros depende el que nos conozcamos en profundidad, no lo des por hecho, concédete esa oportunidad. Nunca es tarde para tomar conciencia de que el tiempo es limitado y nos vamos con lo mismo que trajimos, por lo que mi petición de hoy es que no malgastes tus propias aptitudes. ¿De dónde sale todo esto?, fácil, de la reflexión permanente que permite un Camino que es mucho más que un sendero.
¡Realizarse como persona, siempre es urgente!.
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