El surrealista caso del F-35 británico que no es capaz de despegar de India
El suceso pone de manifiesto lo rápido que se está transformando el terreno de juego estratégico del IndoPacífico


Hace justo 32 años y un mes, un Harrier británico protagonizó una de las situaciones más rocambolescas de la Historia de la Aviación militar cuando aterrizó en un contenedor en la cubierta del carguero español Alraigo. El Harrier había despegado del portaaviones británico Illustrius (Ilustre, aunque su tripulación le había puesto el menos glorioso mote de Lusty, o sea, Lujurioso), y su piloto, el teniente Ian Watson, alias ‘Soapy’ (que puede significar desde ‘cachondo’ hasta ‘resbaladizo’, pasando por ‘pelota’) nunca había participado en unas maniobras de la OTAN, así que se perdió.
Cuando estaba a punto de quedarse sin combustible, vio al Alraigo. Y, dado que el avión de diseño y fabricación británica Harrier era el único del mundo capaz de aterrizar y despegar verticalmente, ‘Soapy’ pudo posarlo con la proa en un contenedor y la deriva en la cubierta del mercante. Una oportuna furgoneta blanca, propiedad de una floristería, que viajaba en cubierta, detuvo la cola del avión e impidió que éste se deslizara hasta el Atlántico. Así, ‘Soapy’ salvó el Harrier, y acabó retirándose de la Armada británica 13 años después con el rango de capitán de co
Hoy el Harrier está casi retirado del servicio activo, con la excepción de unos pocos de los Marines de EEUU y las Armadas de España e Italia. Su sustituto no es británico, sino estadounidense. Es el F-35B. Pero algo de su ilustre antecesor ha heredado este avión de despegue y aterrizaje vertical – que ahora es ‘invisible’ al radar – visto el surrealista espectáculo que uno de ellos, también adscrito a la Marina de Guerra británica, está protagonizando en el aeropuerto comercial de Trivandum, en el estado indio de Kerala, desde el 14 de junio.
Nadie sabe a ciencia cierta cómo llegó el avión allí. Nadie sabe qué le pasa, salvo que no puede volar. Británicos y estadounidenses son tan celosos de los secretos tecnológicos del aparato que no dejan a ningún ciudadano indio acercarse a él, e incluso han rechazado durante semanas el ofrecimiento de Delhi de transportarlo a un hangar de Air India, donde entran y salen operarios sospechosos de ser espías. El resultado es que el F-35 se ha quedado a la intemperie, calándose miserablemente con los chaparrones del monzón, con un fondo de jets comerciales. Los keralenses, entretanto, lo han convertido en una fuente inagotable de memes. Incluso la Oficina de Turismo del estado ha creado una imagen del avión con el título UK F-35 y la leyenda «Kerala es un sitio tan increíble que no quiero irme. Desde luego, lo recomiend
Mientras, India, siempre tan hipercelosa de su ‘autonomía estratégica’ y de su equidistancia de las grandes potencias, no ha puesto ningún impedimento a que la nave solo sea tocada por manos anglosajonas. Desde luego, ni Washington ni Londres quieren que Delhi se acerque al avión, porque India tiene el sistema de defensa antiaérea ruso S-400 que, en teoría, cuando se conecta al F-35, le ‘roba’ secretos tecnológicos. Ésa es la razón por la que Turquía, un socio de la OTAN, quedó excluida, al comprar esos misiles, del Programa F-35. Aunque, a juzgar por cómo los F-35I – una versión especial fabricada para Israel – han ‘planchado’ la defensa antiaérea de Irán, que también se basa en los S-400, parece que la preocupación es innecesaria.
Lo que está claro es que al F-35B de la Armada británica no le ha tocado el futuro glorioso de sus compañeros israelíes ni el de los estadounidenses que atronaron el cielo de Washington el sábado a las 5 y media de la tarde – hora local – para conmemorar la firma por Donald Trump de su ‘Gran y Hermosa Ley’ justo el 4 de julio.
Pero que el F-35 haya llegado a Trivandrum es solo la mitad del problema. La otra mitad es que no hay forma humano de hacerlo que salga de allí. Han ido equipos de mecánicos e ingenieros británicos y estadounidenses a examinar el avión, que está protegido por seis soldados de Su Graciosa Majestad que sobrellevan con impavidez británica las tormentas monzónicas. Pero el bicho de 95 millones de euros sigue sin moverse. Tan encantado está en Kerala que británicos y estadounidenses han accedido finalmente a que sea trasladado a un hangar protegido a ver si así, en seco, pueden descubrir qué le pasa.

La solución
La magnitud del problema mecánico es tal que está ganando peso la posibilidad de quitarle las alas y meterlo en un avión de transporte C-17 o C-5 y llevarlo a Reino Unido. Pero eso en sí mismo es complicadísimo. El F-35 es que es tan secreto que solo le puede, por ejemplo, aflojar un tornillo, una persona con la máxima autorización para manejar secretos de Estado en Reino Unido y EEUU. Ahora, a ver a cuánta gente hay que mandar a desmontar las alas.
Así es cómo una de las unidades del avión más sofisticado del mundo, un verdadero ordenador volante, que recarga su software constantemente y que países como Canadá temen que EEUU, que es quien fabrica la mayor parte del aparato, sea capaz de «controlarlo» a distancia gracias a su ‘software’ está parado como un coche junto a un taller mecánico por, aparentemente, un fallo en el sistema hidráulico.
Para la Armada británica y el Gobierno laborista de Keir Starmer, el avión que no arranca sin que nadie sepa por qué es un baldón a la honra del Reino Unido. Pero, chistes al margen, el incidente pone de manifiesto con toda su crudeza cuán rápido se está transformando el terreno de juego estratégico del Indo-Pacífico, y cómo esa transformación está ocurriendo sin que las opiniones públicas de la región y de Occidente se enteren.
Porque la opacidad tanto de Londres como de Delhi ha sido más que destacable. El Ministerio de Defensa indio confirmó el aterrizaje de emergencia del F-35B con un parco comunicado en el que señalaba que la aeronave recibió autorización conforme a «procedimientos estándar». Londres se limitó a declarar que había sido «un desvío técnico», y que el aparato estaba asignado al portaviones ‘Príncipe de Gales’. Ni Reino Unido ni India dieron más detalles. Los responsables del Aeropuerto Internacional de Trivandrum solo han dicho que el cazabombardero tiene una avería importante.
La prensa local ha sido más explícita. Según la web de Kerala Ommanorama, el F-35B intentó aterrizar varias veces en la cubierta del ‘Príncipe de Gales’, pero las malas condiciones climatológica del monzón se lo impidieron. Su piloto, cuyo nombre no ha sido hecho público, se vio entonces en la situación inversa a la de ‘Soapy’ en 1983: tenía un barco perfecto para aterrizar, pero no podía aterrizar en él. Así que salió disparado hacia tierra. Y llegó a Trivandrum. De puertas afuera, la nave está perfectamente. Tampoco hay testimonios de que tuviera un aterrizaje complicado.
Aunque todo se deba a una emergencia técnica, la presencia de un caza británico de quinta generación en un aeropuerto indio es significativo. El Reino Unido ha intensificado su presencia en el IndopacíficO tras el Brexit, como parte de su apuesta por convertirse en un actor «persistente» más allá de Europa. Londres ha enviado buques al Mar del Sur de China, ha realizado maniobras conjuntas con Japón y Australia, y ha buscado profundizar sus lazos militares con la India. Reino Unido también participa en el AUKUS, que es el programa de submarinos nucleares con Australia y EEUU, ahora en peligro por el aislacionismo del Gobierno de Donald Trump.
El F-35 es un recordatorio de cómo ha cambiado el equilibrio militar en una región donde antes predominaban las alianzas locales y los equilibrios regionales. Y, también, paradójicamente, una muestra de cómo Occidente está tratando, cuando más se habla de su decadencia irreversible, de proyectar su influencia en esas nuevas zonas de fractura de la estabilidad geopolítica mundial.
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