Benidorm

Faros, cabos, playas y pueblos con olor a mar en la Costa Da Morte.

 Vivir AUTOCARAVANA

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Llegar a Finisterre después de una semana recorriendo las rías bajas gallegas y empezar un nuevo capítulo de esta historia, era todo uno. El año pasado salí en agosto dirección Francia con la intención de estar un mes encerrado en esta cápsula de felicidad bautizada con el mejor adjetivo que se ha inventado, Vivir, y casi sin darme cuenta estaba de vuelta antes de que se cumplieran tres semanas.

Es una de mis principales incógnitas que quedan por resolver. ¿Por qué se empieza con tanta fuerza y todo se va diluyendo como un azucarillo en un café? Pasamos meses acumulando energía en el subconsciente con la intención de comernos el mundo y… Tres años después de empezar a disfrutar de este nuevo concepto de vida, todavía quedan zonas en el interminable cerebro humano por aclarar. Son demasiados años atados a un mismo sistema como para conseguir el éxito de otro modelo de vida en tan poco tiempo. También esto hay que tomárselo con calma. ¿Qué buscamos realmente cuando soñamos con cambiar lo que nos rodea? Tengo prisa por descubrirlo, por eso lo voy haciendo con pausa.

La suerte me volvía a sonreír y Autocaravana Vivir quedaba felizmente aparcada en lo alto de la playa del Mar de Afora, esa que tiene un cartel con prohibido bañarse a pesar de su exuberante imagen y su arena fina. Dicen que el oleaje en la cara norte del faro del fin del mundo ha ocasionado ya demasiados disgustos. Lo único que puedo confirmar es que disfruté de una puesta de sol como no he visto otra en mi vida. Ni siquiera la de Cabo Home se parecía.

Se acercaba la noche y quise conocer el pueblo de Finisterre por dentro. Bonita la zona del puerto, llena de actividad, amplia gastronomía y numerosos candidatos a rendir pleitesía al apóstol Santiago. Pero son innumerables los pueblos que salpican la inmensa costa gallega que rezuman mucho más sabor a mar y tradición. Aquellos que más te suenan son los que más desarrollo urbanístico han tenido, perdiendo con ello parte de su alma y de ese espíritu que nos conduce hasta ellos con los ojos cerrados. Autocaravana Vivir es la mejor medicina para resolver este tipo de ecuaciones, sólo permanece el tiempo justo en aquellos lugares que no le inyectan emoción en el alma, que no le obligan abrir los ojos ante la sorpresa de lo que ven.

A la mañana siguiente el tiempo estaba muy nublado, pensé que llovía, no era así, pero la niebla era tan intensa que no dejaba ver mucho más allá. Era el día perfecto para ascender, por el Camino de Santiago hasta el faro de Finisterre, y poder allí pisar el kilómetro cero. Me conmovía escuchar en la radio, ese maravilloso invento que da noticias y que volví a poner diez días después, que era el día más caluroso de la historia de España. Con agoreros de este tipo vamos a conseguir el objetivo de extinguirnos como especie, pero no porque vaya a suceder nada de lo que pronostican, sino porque no caben más tontos en este bendito país que todo lo soporta.

Magistral caminata, tanto hasta la cumbre como hasta los extremos de la playa Langosteira. Visitado todo, era hora de continuar. La ruta de los faros y los cabos sustituía a la de las rías. El de Touriñán esperaba. Magistral. No tanto las agrestes y sinuosas carreteras, rurales ahora sí, que en más de una ocasión ponían cierta tensión en el recorrido, con arcenes y cuestas propias de otra época. Un importante viento nos esperaba en el último lugar donde se pone el sol en occidente. Vistas privilegiadas de un mar infinito que traslada paz y miedo a partes iguales.

Muxía, uno de los pueblos más bonitos y con más encanto de la costa gallega, esperaba para hacerme recordar el tiempo que ahí pasamos hace años. No era como lo recordaba, pero habría tiempo para ello. Cuna de pescadores, lugar de leyendas y misterios, había que empezar con el estómago lleno y un espectacular pedazo de bacalao a la plancha me esperaba para darme la bienvenida, después de haber dejado a Vivir en una bonita y cuidada área a la entrada del pueblo junto a la misma playa, apuntando las mejores maneras para otra noche de ensueño y edredón. Viva el calor de Galicia.

Después de ese festín gastronómico tocaba volver a visitar el Santuario de la Virgen de la Barca y su roca de los milagros, previo paseo por el puerto de Muxía y de sortear decenas de peregrinos que por entonces hacían su entrada en el pueblo. Una magistral iglesia románica haciendo de abrigo de un altanero camposanto situado en lo alto de una pequeña colina, era el antecedente de ese famoso Santuario que recibe la visita de cientos de curiosos a diario, no sin antes sortear “A Ferida”, el monumento alzado a su espalda para recordar la tragedia del petrolero Prestige, que por esta zona se partió en dos hace ahora 20 años afectando gravemente la economía de la zona.

Vuelta a la Autocaravana y tercer toque de atención. He perdido la llave de la puerta. Ya veis que no es oro todo lo que reluce en esto de viajar con la casa a cuestas. En un mes me ha dejado tirado la batería del motor, he pinchado una rueda y he perdido la llave… jajajajaj. No pasa nada. Se llama al seguro y todo arreglado. Al contrario, esto me proporcionó conocer a Javi y su mujer, dos bilbaínos que sirven de ejemplo para entender que es esto de viajar de esta manera. Con gente así, todo vale la pena. Era ya tarde y decidí dormir ahí. Ha sido espectacular pasar la noche escuchando historias de misterio mientras miraba y escuchaba las olas del mar por la ventana. Lógico que no haya madrugado. ¿Me estaré haciendo a la buena vida?. Aún así, caminata por los alrededores de Muxía, pasando por delante del nuevo y desordenado Parador, disfrutando de esos paisajes difíciles de ver en ningún otro lugar de España, tanto de mar como de interior, volviendo al lugar gracias a unos cuantos kilómetros de ese Camino de Santiago que atraviesa estas tierras.

Costa da Morte recibe su nombre a causa de las vidas que a lo largo de la historia se han cobrado los naufragios entre acantilados, temporales y mar de fondo. En paralelo a tanta tragedia florecen, casi milagrosamente, las camariñas. Dudo si cada día he visto más o queda más por descubrir. El Faro de Vilán y el pueblo de Camariñas son los próximos destinos. El primero es uno de los faros más bonitos de Galicia, suspendido sobre una roca gigante haciendo juego con los colores de ésta, siendo además el hogar de la última farera de España, realmente impresionante. ¿Y Camariñas?, la gente es como su mar, luchadora y cariñosa, con manos hechas de espuma de olas que levantan redes para traernos tesoros de piel color plata o para tejer delicadas piezas de hilos rítmicamente entrelazados con nombre de naturaleza: el encaje de Camariñas.

En medio de la Costa Da Morte, Camariñas es el otro extremo de la ría que le separa de Muxía, una costa peligrosa junto a un clima complicado, donde las olas de mar muestran su cara más fea, y por tanto se recogen los mejores percebes y el más exquisito marisco. Una costa a la que siempre hay que respetar, y un lugar en el que, apoyado en alguna de sus muchas barandillas de mar, me detuve intentando encontrar sentido a muchas de las preocupaciones que nos distraen a diario. Nada como observar el mar para encontrar las soluciones.

Y así, viendo pasar los kilómetros, disfrutando de cada paso dentro de Autocaravana Vivir, hasta Laxe he llegado buscando su faro y sus playas, sobre las que he leído demasiadas maravillas. Tengo una corazonada positiva. Veremos si se cumple. De momento la visión de su extensa playa ya ha producido el primer influjo de paz y alegría en mi necesitado motor. A la luz de un bonito foco teniendo una suave música de fondo pongo punto y final a este relato de entremares. Sé feliz, lucha por ello. Nos leemos pronto.

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