Benidorm

GASTRONOMÍA | Las oportunidades perdidas

LAS PROVINCIAS  Ferrán Adrià, durante la reunión previa a un servicio en El Bulli.  Las oportunidades perdidas
  
 VICENTE AGUDO 
 Hola Manuel Todos los que disfrutamos de una buena mesa guardamos con celo una lista de todos esos restaurantes que tenemos pendientes. No hace falta que sean estrellados, o sí, da igual, pero sobre todo lo que deben tener es ese halo de autenticidad que los hace deseables y te obliguen a marcar un asterisco sobre ellos y repasarlos con un fluorescente. Hay que visitarlos sí o sí antes de que abandonemos este mundo. Pero los deseos van por un camino y la vida te lleva por otro. Trabajo, extraescolares, comidas y vuelta al trabajo, extraescolares y comida. Es como una puta rueda de un hámster que te obliga a aparcar esos homenajes gastronómicos pendientes. A mí me ha pasado unas cuantas veces, y al final esos deseos se han convertido en oportunidades perdidas, en sabores que ya no voy a paladear o en momentos que no disfrutaré nunca.La primera de las ocasiones tenía como escenario El Bulli. La reserva la guardaba como un tesoro en el ordenador. Sería la primera ocasión que pisaría un restaurante de este tipo, que disfrutaría de las mil locuras de Ferrán Adrià. Lo tenía todo pensado, desde el hotel al que iba a dormir hasta el vino que me iba a pedir para la ocasión. Sin embargo, la vida tenía otros planes y una enfermedad familiar me obligó a ceder mi reserva. Adiós sueño, aunque éste estaba justificado.El último de la lista que ya no podré visitar es el restaurante Paco Gandía , en Pinoso. Paco y Josefa echaron el cierre recientemente para jubilarse y, de paso, tomar un merecido descanso tras décadas de arduo trabajo. Me hubiera encantando sentarme a la mesa y disfrutar de unas almendras fritas con mojama (siempre he pensado que la forma de freír unas simples almendras habla mucho de un bar), o empujarme un conejo deshuesado con ajos tiernos o unos caracoles a la brasa. Todo con mesura para esperar a la verdadera estrella: la paella de conejo y caracoles. Pero no una cualquiera, sino la de Josefa, que la hacía con sarmientos mientras el fuego envolvía por completo el arroz y le daba un sabor que ya sólo podré leer en los comentarios de aquellos que sí que han podido disfrutarlo.Y entre medias me va a pasar lo mismo con Viridiana, el restaurante de Abraham García en Madrid, el local en el que se curtió Daviz Muñoz y al que siempre acude para disfrutar. Con toda probabilidad apagará los fogones para siempre este mismo mes y me quedaré sin probar su ya famosa sartén de huevos, donde no falta la crema de hongos y la trufa, o el cachopo de caballa. También me hubiera apetecido charlar con el bueno de Abraham, pese a que uno pueda sentirse pequeño a su lado. Pero bueno, la vida da muchas vueltas, y esto último aún lo puedo conseguir.Tampoco podré cerrar los ojos y transportarme a Nápoles de la mano de Carlo d’Anna y Adela Crispino , cuyo restaurante cerró hace ya un año. No era un italiano al uso, sino que tenían recetas tradicionales de su tierra. De hecho, y esta es mi frustración, sólo servían pizza los lunes. Estaba hecha con una masa que fermentaba no menos de dos días y unos ingredientes llegados expresamente de Italia, como los tomates San Marzano o la trufa blanca de Alba. Y yo, con el sempiterno ‘ya iré’, me he encontrado con la puerta en las narices.Espero haber aprendido una lección. Las ocasiones hay que aprovecharlas al instante, porque nunca sabes qué te vas a encontrar a la vuelta de la esquina. Debemos exprimir la vida al máximo, disfrutar cada minuto como si fuera el último y no dejar escapar las oportunidades gastronómicas, porque un día estás apuntando otro restaurante en la lista de pendientes y al siguiente te ves compartiendo mesa con Anthony Bourdain y Juli Soler mientras San Pedro sirve unos negronis.

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