LA LEY DE LA CALL

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La zona sur de Madrid fue durante los años 60y 70, un foco de bandas callejeras, cada cual con su nombre y características propias. Pepe, nacido en un pueblo de Jaén, las conoció bien. «Yo llegué al Pozo del Tío Raimundo con dos meses de edad, en 1954. Entonces era un descampado en el que había un pozo. Era una tierra abandonada. El Padre Llanos, que era jesuita, hizo muchísimo por ese barrio. Para la gente sacó muchísimo dinero, muchas ayudas».
La gente del Pozo provenía de Andalucía, Extremadura, Toledo o Aranjuez. Las casas eran construidas por las noches (flores de luna, las llamaban) y, «en cuanto cerraban techo», la gente se metía dentro con sus familias para que las viviendas recién construidas no fuesen derruidas por la Guardia Civil.
«Cuando ya había niños pequeños dentro de la casa, no podían derrumbarla». El suelo del interior de la casa era de tierra, el techo era de tejas y no había yeso. Las paredes eran de ladrillo y «hacía un frío que te cagabas». «Mi padre se fue a Alemania y dejó a su mujer y seis hijos solos. Mi madre se tuvo que poner a servir, mi hermana tuvo que dejar el colegio para cuidarnos…».
En la zona del Pozo y su entorno había muchas bandas durante los años sesenta. Reinaba: «la Banda de los Macarenos. Estaba Jose el Macareno, Kiko, Enrique el Negro… Lo de Macareno venía del apellido de sus líderes. Jose, que era el cabecilla, era un tocho acojonante. Tenía un cabezón como los cabezudos de las ferias. Era un tío exagerado de fuerte. Sería 1965 o 66. Luego había otra banda, de Entrevías, que se llamaba Los Lazos Negros. Iban con un lacito negro en la chaqueta. Los famosos Ojitos Negrosvenían al Pozo a buscar pelea. Del barrio de Lucero se acercaba la Banda del Lupo».

DE VALLECAS A ALCORCÓN
Pepe llegó a tener un problema con la Banda del Lupo, que se movía por Vallecas, por el Pozo, por Entrevías, por Portazgo… «Se dedicaban a buscar pelea por donde fuera. Iban con sus pantalones de campana, su minipul…». «Nos enfrentamos ya en Alcorcón, en el año 70 o 71. Yo salía con una chavala preciosa, pero un día la dejé por otra. Ella se enfadó y llamó a la Banda del Lupo. Estábamos jugando al futbolín en unos billares y fueron a buscarme unas amigas de la chica. Nos dijeron que iban a hacer una reunión al día siguiente y nos invitaron, pero aquello era una encerrona».
Continúa: «Se trataba de una casa baja y, cuando entramos hasta el patio, nos encontramos a toda la Banda del Lupo. Salimos a la calle. A mí me llamaban el Torero. Y dijo el Lupo: ‘¿Quién es el torero?’ Y dije: ‘Soy yo’. Un amigo mío que se llamaba Julio y fumaba en pipa, le llamó la atención y el Lupo se dirigió directamente a él. A provocarle… El Lupo le dijo: ‘A ver, déjame ver la pipa’. Mi amigo Julio le pasó la pipa y el Lupo dijo: ‘Esto no funciona. Chupa tú, a ver si funciona’. Y cuando Julio se metió la boquilla de la pipa en la boca, el Lupo le dio dos puñetazos y lo tiró al suelo. Y ya nos fuimos del lugar».
Aun así, las batallas con el Lupo no terminaron ahí. En Móstoles había una discoteca que se llamaba Jaito. «En Alcorcón estaba el baile de la Granja, donde tocaba una orquesta, pero Jaito ya era una discoteca, una de las primeras discotecas de la zona. Allí me senté un día en una mesa con mi chavala y vi que había varios chicos que me estaban rodeando. La cosa terminó con un tumulto de banquetas por el aire, todos ahí pegando banquetazos de la hostia a la gente. Se montó un pollo de tres pares de narices».

Otra discoteca donde siempre se pegaban los macarras de la época era Lobos, en Leganés. «Estaba casi enfrente de un cuartel de la Legión. Y los legionarios iban a menudo, con su uniforme, y se liaban a palos con quien fuese. Ahí siempre había batallas entre los legionarios y la gente. Yo ya no iba, porque siempre acababan a palos».
Aun así, según Pepe, Vallecas era el verdadero feudo de las bandas: «En Vallecas, en San Fermín, en Orcasitas, en toda esa zona… Eran barrios bajos, no había ni aceras y era todo un barrizal si llovía. Cuando íbamos a jugar al fútbol a San Fermín, se liaban a pedradas y palos con nosotros».
UN PISO POR 1.380 EUROS
Pepe abandonó el Pozo cuando tenía ya 14 años. Su padre quiso dejar el barrio. Sus hijos ya trabajaban (Pepe, desde los doce años en una carnicería) y logró pagar una entrada para un piso pequeño en Alcorcón. Le costó 230.000 pesetas de entonces (1.380 euros). Las chabolas no contaban con escrituras y vendió la suya por 60.000 pesetas. «Mi padre tenía un motocarro, y cuando llegamos a Alcorcón la gente decía: ‘Ha llegado una familia de gitanos’».
A pesar de las dificultades, la familia de Pepe logró medrar y mejorar su situación económica y vital, dejando atrás un mundo de barro, miseria y bandas callejeras.
Iñaki Domínguez
Es autor de Macarras interseculares, editado por Melusina, [puedes comprar el libro aquí], Macarrismo, editado por Akal, [puedes comprar el libro aquí] y Macarras ibéricos, editado por Akal, [puedes comprar el libro aquí].
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