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Las mujeres son las que cuidan: «Intenté volver a trabajar pero ya ni te reciben»

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Actualizado Miércoles, 8 marzo 2023 –

Abandonar un empleo para cuidar a hijos o familiares es cosa de mujeres en España: 1,31 millones lo ha hecho desde la pandemia frente a 379.000 hombres

Mercedes Serrano, cerca de su trabajo, en Madrid.
Mercedes Serrano, cerca de su trabajo, en Madrid.Ángel NavarreteMUNDO

Las mujeres son la mitad del planeta. Sin embargo, en términos generales, siempre son ellas las que sacrifican su vida laboral cuando sobrevienen situaciones vitales como tener hijos o la necesidad de cuidar a familiares si enferman. Ante este hecho son pertinentes dos preguntas: ¿por qué son ellas las que hacen este esfuerzo? A ésta cuestión responden motivos históricos, en algunos casos, y prácticos en otros, ya que la brecha salarial entre hombres y mujeres lleva a las familias a optar por que quien menos ingresa sea quien abandone -total o parcialmente- su carrera. Y, dos, ¿qué consecuencias tiene para ellas? Esta decisión normalmente interrumpe su proyección y lastra sus posibilidades de crecimiento en el mercado laboral.

Se trata de un problema de envergadura social y también económica que, por mucha legislación que se apruebe con intención de fomentar la igualdad, aún no ha sido atajado. Según los datos del INE, desde el segundo trimestre de 2020, tras la irrupción de la pandemia, en España 1,31 millones de mujeres han dejado su puesto para cuidar a niños o adultos enfermos o incapacitados o bien atender obligaciones familiares, mientras que sólo 379.600 hombres han hecho lo mismo, tres veces menos.

Además, las previsiones de unos y otros son diferentes. De las mujeres, el 77% se considera en situación de inactividad (es decir, no trabaja pero tampoco lo busca, porque sabe que tiene que atender otras obligaciones); mientras que en el caso de los hombres el 62% se califica como inactivo y el 38% restante se considera parado, por lo que está en búsqueda de trabajo (frente a sólo el 23% de las mujeres), según la Encuesta de Población Activa.

Las mujeres que tienen que dedicar su vida a cuidar, relatan su experiencia con más amor que resignación y con más incordio por los retos del día a día que por los que ven a largo plazo. Están porque tienen que estar, cuentan, y prácticamente no conciben una alternativa que no implique su presencia.

«Sólo te entienden las personas que han pasado por algo así, que han tenido a un familiar en esta situación», detalla Mercedes Serrano, que cuida de su madre en su casa de Madrid. Incluso ante la adversidad, ríe al explicar a EL MUNDO que en en su caso la labor no supone 24 horas porque su madre «ha dormido siempre como un angelito».

Myriam de Lourdes cuida de su marido, enfermo de alzhéimer.
Myriam de Lourdes cuida de su marido, enfermo de alzhéimer.Ángel NavarreteMUNDO

La tendencia de las mujeres a abandonar el mercado de trabajo en estas situaciones se observa también en las Estadísticas del Ministerio de Trabajo. A veces es para siempre y otras por un años, con la intención de reengancharse al mercado laboral más adelante. Del total de personas que buscan un puesto de trabajo en el país porque no tienen empleo un 60,2% son mujeres y, de ellas, el 56% tiene más de 45 años, con lo que podrían haber terminado ya con la crianza de sus hijos. Esto supone que hay en el país 657.910 mujeres más que hombres buscando trabajo porque no están ocupadas.

Hay casos, no obstante, en que las mujeres no salen del todo del mercado laboral pero sí reducen su jornada (474.000 mujeres trabajan a tiempo parcial para cuidar o atender obligaciones familiares, algo que sólo le sucede a 49.100 hombres, un 10%) o bien la reorganizan (por ejemplo, trabajando en jornada intensiva sólo por las mañanas), un fenómeno que no recoge las estadísticas y que también puede perjudicar su proyección y contribuir a que su sueldo sea comparativamente más bajo.

Es el caso de María -prefiere no dar su nombre real-, que ha tenido que acomodar su carrera a su maternidad. «Cuando nació mi primer hijo, pedí horario adaptado para trabajar 8 horas pero sólo por la mañana. Cuando estaba embarazada de mi segundo hijo, me despidieron junto a otros 9 compañeros cuando me reincorporé de un ERTE que hicieron por el covid. Con ese panorama, decidí esperar a que naciese y estar con él un año para retomar mi vida profesional. Pasados 18 meses me puse a buscar, pero había un gran hándicap: encontrar algo que me permitiese una conciliación real. Buscaba una jornada parcial y con flexibilidad. Al final apareció la oportunidad y ahora estoy feliz», cuenta a este medio.

SALARIOS MÁS BAJOS

El coste de estas adaptaciones se traduce en mucho casos en un menor crecimiento salarial para el género femenino, algo que en España es más grave que en otros lugares. Nuestro país ocupa a cierre de 2022 el decimoséptimo lugar en el índice Global Gender Gap -brecha de género global- del Foro Económico Mundial que se celebra anualmente en Davos, pero hay aspectos en los que nos quedamos muy atrás, por ejemplo: en igualdad salarial para trabajos equivalentes, nuestro país se encuentra en el puesto 89 de las 146 economías analizadas.

Este resultado refleja que las mujeres ganan menos que los hombres por puestos de trabajo equivalente y, aparte, por cómo han sido los últimos cincuenta años, ellas ocupan empleos y trabajan mayoritariamente en sectores que tienen remuneraciones inferiores.

Esto responde también a las diferencias en formación, ya que por ejemplo en carreras vinculadas a la ciencia, tecnología, ingeniería o matemáticas (STEM, por sus siglas en inglés), que son de alto valor añadido y están mejor remuneradas, un 70,4% de los estudiantes son hombres. En ingeniería, manufacturas y construcción representan un 73,4%; y en tecnologías de la información y comunicación son un 87%. En otras profesiones que tienen salarios tradicionalmente más bajos hay predominancia de mujeres, como la educación (el 76% son mujeres), la salud y el bienestar (72,5%), o las ciencias sociales y periodismo (64%).

Según la Encuesta de Estructura Salarial del INE, el 27,5% de las mujeres trabajadoras del país cobra menos que el Salario Mínimo Interprofesional (SMI), mientras que esto sólo se da en el 11,9% de los hombres. Por el contrario, mientras que un 7,6% de los varones ingresa más de cuatro veces el SMI (es decir, tienen sueldos anuales a partir de 60.800 euros), el porcentaje de mujeres con ese nivel de salarios es sólo del 4,3%.

Aunque el cuidado de hijos es lo que más afecta a nivel profesional, también tiene una incidencia importante el sacrificio que se hace por otros familiares.

Desde el año 2019, las personas que en España trabajan como cuidadores no profesionales, es decir, que se dedican a cuidar a personas dependientes, así reconocidos por la Ley de Dependencia y que habitualmente son familiares o de su entorno y los atienden en su domicilio, pueden firmar un convenio especial con la Seguridad Social sin necesidad de pagar cotizaciones sociales, que corren a cargo de la Administración.

En este colectivo también se aprecian importantes diferencias por género, ya que mientras 62.412 mujeres están dadas de alta con esta figura a cierre de febrero, según los datos de afiliación a la Seguridad Social, ese papel lo desempeñan sólo 8.062 hombres, siete veces menos.

«Los cuidados son una realidad vital de las personas; es decir, todas las personas vamos a necesitar ser cuidadas en algún momento de nuestras vidas», ilustra Cristina Muñoz-Reja, coordinadora del programa ‘Cuidar a quienes cuidan’ del Ayuntamiento de Madrid. En su día a día realizan intervenciones y actividades grupales con personas cuidadoras a las que ayudan a encontrar recursos o, sencillamente, con su rutina. «Al final, la carga de los cuidados y todo lo que llevan asociado repercuten muchas veces, si no siempre, en la salud de las personas cuidadoras», apunta. El 80% de quienes acuden a su programa son mujeres.

EL SENTIMIENTO DE CULPA

María Fernández, compañera de Muñoz-Reja, incide en esta idea: «Los cuidados se hacen con cariño, pero suponen una carga«. Y, aunque es un concepto que está presente, quien no lo vive «no entiende lo que supone y los cambios tan profundos que implica en la vida». Además, cuando llegan en un contexto laboral, se da un choque entre dos realidades en el que la balanza siempre termina por vencer del lado negativo, explica Fernández: «El sentimiento de culpa es central en los cuidados».

«Si abandonas el trabajo, te sientes culpable porque no te estás dedicando a una vida profesional y a una posición que igual ha llevado años labrar», detalla. Pero, si no se ejerce el cuidado, «también parece que lo haces mal porque estás desatendiendo algo que muchas veces se presupone como una obligación». Así que se da una común tercera vía, que es la de tratar de compaginarlo. En ese caso, «tienen la sensación de que abarcan mucho y no aprietan nada, de que no llegan bien ni en el entorno laboral ni en el entorno de cuidados».

A sus 50 años, Mercedes Serrano se encuentra en esta situación. Se dedica a la gestión cultural y trata de compaginar sus dos vidas –la suya y la de su madre, enferma de alzhéimer– con una adaptación de jornada en la que aumentó las horas de teletrabajo. «Me ayudó bastante porque supone llegar a casa a la hora de comer», cuenta. «Mi madre tiene 91 años y en cosa de año y medio el deterioro ha sido enorme», contextualiza. «Hace un año a lo mejor tardaba 10 minutos en el baño y, de repente, se han convertido en 40». Además, «cada vez te absorben más, porque llega un momento en el que sólo quieren estar con su persona de referencia». «Ves que no llegas a todo, que se te caen todas las tejas de la casa«.

Mercedes enumera problemas físicos -«dolores de espalda, cansancio»-, pero, sobre todo incide en «un coste emocional enorme porque estás viendo que una persona que ha sido el referente para ti en todo de repente es vulnerable, no es capaz de hacer cosas por sí misma«. La situación se ve agudizada por la naturaleza cambiante de la enfermedad: «Cuando te has habituado a una circunstancia te tienes que inventar algo porque lo que funciona hoy mañana ya no». Y todo, sin poder apartar la realidad laboral. A pesar de ello, afirma: «Lo más doloroso es tener que ir renunciando a cosas que hemos hecho juntas porque ya no puede hacerlas o tener que tomar decisiones sobre su vida». «Es un duelo que se cuece a fuego lento».

Myriam de Lourdes perdió su trabajo hace una década, cuando tenía 60 años, una edad difícil para reincorporarse al mercado laboral. Consiguió trabajar algunas horas a la semana limpiando casas para sumar esos ingresos a la prestación por desempleo, pero pronto tuvo que dejarlo para cuidar de su marido, enfermo de alzhéimer.

«Trabajaba en una residencia, estuve allí 10-11 años, pero luego esa empresa cerró con un ERE. Intenté volver a trabajar, fui a entrevistas, pero con 60 años ya no reciben a nadie. Cogí algunas horas en casas y con eso iba tirando y con el paro. Mi marido estaba jubilado y en ese tiempo su pensión rondaba los 550 euros… más los 400 que recibía del paro, no redondeábamos ni 1.000 euros», relata en entrevista con este medio.

Su marido trabajaba en una ferretería que cerró tras la crisis de 2008, cuando él tenía también en torno a 60 años. «Después de quedarse sin trabajo, lo contrataron un par de veces para reemplazar a conserjes -tres veces al año, en un mes o mes y medio durante sus vacaciones-, y también para reponer en Carrefour, pero poco más. Poco a poco se agudizó su enfermedad. Tiene alzhéimer en grado 3 diagnosticado con un daño frontotemporal, que implica que se borra todo lo que tiene que ver con sentimientos. Ahora constantemente me pregunta cómo me llamo y también si quiero que nos casemos. Me da mucha ternura», relata.