Fútbol, toros y boxeo: del blanco y negro al color

El pasado viernes nos dejó Perico Fernández. Muchos no sabrán ni quién era. Fue, en boxeo, campeón de España, de Europa y del mundo. Como hijo de boxeador que soy, asiduo con pantalones cortos a los combates del Campo de Gas en Madrid, donde mi padre peleó, conocí y seguí a todos los boxeadores de los años 60 y 70. Memorables fueron los combates entre Carrasco (el Marino de los Puños de Oro) y el canario Velázquez. Espectacular el baile de piernas de José Legrá, el Puma de Baracoa, un cubano hispanizado que puso agua de por medio a los barbudos comandados por Fidel y el Che. Y tantos y tantos menos conocidos. Era lo que había. Fútbol, toros y boxeo.

A principios de los 70, en la España ecológica por natural, en la de blanco y negro, en la que no se sabía qué era la globalización y hasta las putas eran un producto nacional, Perico llegó a ser el exponente del sueño español de aquellos tiempos. Una España que acababa de quitarse el hambre a ostias y que por esa inercia algunos vieron que dando mamporros era la única forma de salir adelante dejando atrás una infancia de hospicio triste y difícil. Fútbol, toros o boxeo. Uno de esos era Perico Fernández. Para muchos era un personaje tragicómico de aquella España que luchaba por salir del subdesarrollo y que se daba cuenta de que en nuestro país había gente capaz de sobresalir en Europa y en el mundo en lo que antes se llamaba “el noble arte del boxeo”. No todo eran los goles del Real Madrid y sus Copas de Europa. Era una forma de demostrar que los españoles habían resistido con estoicismo, furia y gallardía los largos años de aislamiento político y económico. El deporte era una de las mejores formas de propaganda que había tenido el régimen franquista durante muchos años. Y Perico Fernández colaboró a ello, como todos, en los últimos años del régimen y en la transición.
Ha dicho José María García, mi ex compañero en el diario “Pueblo” y “el muy mejor amigo” de Perico, quien mejor lo conoció y defendió sus desbarres y ocasionales “boutades”, que el boxeador ha muerto en el centro neuropsiquiátrico Nuestra Señora del Carmen de Garrapinillos, en su Zaragoza natal, solo y olvidado de quienes le jalearon. A Perico se lo ha llevado esa puta enfermedad que hace que ni él mismo supiera quién fue y era. Pero no nos engañemos…, el personaje con el que se fotografiaron en La Zarzuela y que entonces hubiera acaparado todos los selfis si los hubiera, ha muerto solo porque España ha cambiado. Ahora es una España donde se ha conseguido “erradicar” el boxeo y es políticamente incorrecto relacionarse con bárbaros personajes de esa especie. Ahora, en España, un boxeador es un apestado y un torero un infectado.
Pero creo que es justo reconocer que para que hoy tengamos esta España de “todos y todas”, de “miembros y miembras”, antes ha tenido que existir esa otra España. Una España que muchos añoramos y que respetamos. Negarlo es negar nuestra historia. Los jovencitos políticos que llegan ahora a salvar nuestro país tienen que saber que la España que disfrutan y que les permite existir alguien la ha construido. No todo es destruir.
Saz Planelles














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