Egipto, ese gran país que nos evoca épocas de máximo esplendor, tuvo su primavera revolucionaria que provocó la caida del dictador Mubarak. Tuvieron elecciones democráticas, venciendo los partidarios de los Hermanos Musulmanes, perseguidos durante mucho tiempo, pero que siguieron haciendo una labor social y «evangelizadora», en la sombra, con los más necesitados. Una vez en el poder, al parecer el pueblo tampoco estaba contento y volvieron las revueltas que acabaron con la toma de control del gobierno por parte del ejército encabezado por Al Sisi.
Los sueños de un país libre y democrático, por parte de un sector de la población, se han truncado de nuevo. . Al Sisi es otro dictador, que ha convocado unas elecciones en Mayo para legitimarse, mientras ha ordenado la ilegalización de los Hermanos Musulmanes e incluso se han dictado más de 1200 condenas de muerte contra sus seguidores. El terror vuelve a Egipto, otros le llaman orden.
Hace 25 años tuve ocasión de estar en Egipto, que era un régimen dictatorial y la sensación de seguridad era absoluta. Como turista podías andar por las calles de día y de noche, sintiéndote seguro, sin miedo. Se veía mucha pobreza, se intuía mucha injusticia y a los nativos se les notaba temerosos, como vigilados.
No conozco ni mucho menos, las interioridades de Egipto, pero me da que mientras la religión prime sobre la política, nunca se podrá llegar a un nivel de democracia aceptable y deseable, por eso fracasaron los Hermanos Musulmanes. Por otra parte, mientras no desaparezcan los «salvadores de la patria», será difícil que la democracia impere. Estos dos problemas son recurrentes prácticamente en todos los paises islàmicos. Tendrán petróleo, riqueza o pobreza, pero mientras no separen religión y politica seguirán anclados en un modelo de sociedad antigua. Ya lo decían en tiempos de la antigua Roma: «A Dios lo que es de Dios, y al César lo que es del César».

DESDE MI OTERO
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Francisco Javier Reverte Lledó